Jorge G. Alvear Macías
Ese es el fondo de la crítica en la caricatura de Bonil publicada en este Diario el martes pasado. No hay que intentar encontrar en la viñeta otro mensaje; y, menos hay lugar, para que un funcionario del ente regulador de la comunicación concluya que se trató de una “representación prácticamente política de odio” y sugiera que el exfutbolista aludido en la caricatura presente una queja, sugerencia que no hizo respecto de los periodistas afectados por varios spots de publicidad no comercial de la Senacom (y está bien que no lo haya hecho, en el campo de la neutralidad).
Bonil ha aclarado (tal vez no era necesario) que su crítica se dirigió al asambleísta, no al futbolista. En todo caso lo hizo y así no caben las acusaciones de discriminación u odio racial, como las que se impulsan para distraernos del verdadero problema, que afecta a la representación ciudadana.
Muchos compartimos la simpatía por el exfutbolista, hoy legendaria figura del deporte y ojalá por muchos años, pero ahora él se encuentra voluntariamente en medio del escrutinio público por su rol político. Igualmente lo están sus compañeros de bancada y de la oposición. Incluidos aquellos y aquellas asambleístas que disfrutan placenteras siestas durante las sesiones del pleno, con cargo al erario nacional (según he observado en fotografías que circulan en Twitter).
Para Mara Burkart, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, el humor gráfico sirve para hacer emerger voces disidentes, esto es la polifonía social. Explicó en un artículo de la Revista Académica de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (2009) que durante la dictadura militar en Argentina, la sociedad civil comenzó un incipiente despertar y se encontró con la posibilidad de traspasar los límites de la censura y desafiarla, gracias a las caricaturas del caricaturista Catón. En circunstancias de censura, persecuciones e intimidaciones, la revista HUM® que publicó las caricaturas contribuyó “a crear nuevos horizontes de sentido y nuevas condiciones de posibilidad para identidades y subjetividades que se atrevieron a reírse, burlarse, reflexionar y problematizar sobre la situación imperante bajo la dictadura”.
Coincido con la doctora Burkart en que durante el imperio de la intimidación, la censura y la muerte, las caricaturas son parte de la estrategia para evitar la restricción de la opinión o cualquier otro tipo de represalia. Ello, porque los gráficos a la vez cuentan con la existencia de un lector activo y ávido de las entre líneas… del lenguaje en código. Aquel que es capaz de reconocer los guiños y sentirse afín con el humorista en su contribución al desgaste de la ilusoria legitimidad, impuesta por las malas y con prepotencia.
*Publicado originalmente en el diario El Universo el día viernes 8 de agosto del 2014.
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