Desde
Ibarra a Machala, del Coca a Manta, de Picoazá a Calceta se hizo sentir
la explosión de alegría de miles de ecuatorianos por un sueño cumplido:
Barcelona Campeón 2012. La euforia del bulevar 9 de Octubre en
Guayaquil y de la Plaza Foch en Quito, se replicó en Esmeraldas,
Milagro, Loja, Cuenca, Santa Elena, Lima, New York, Jersey City, Madrid,
Murcia. Las 14 estrellas acumuladas se festejaron hasta la madrugada de
ayer.
Es que Barcelona es un fenómeno social no observado en otras latitudes. Usualmente los equipos de fútbol tienen sus seguidores en las ciudades o barrios en los que se fundaron esos clubes.
Para muchos ecuatorianos, Barcelona es algo más que un equipo de fútbol. Varias emisoras de radio informaron que algunos emigrantes vendrán al país solo para estar en el encuentro de este domingo y el lunes retornarán a tierras lejanas. Ese gran esfuerzo económico, ese gran sacrificio y exclusivo propósito, deben tener otra explicación, que los estudiosos deben concretar.
En mi modesta opinión, Barcelona no representa la misma situación de la selección ecuatoriana de fútbol. Además, pienso que los estudios antropológicos que se han desarrollado en el país, sobre la identidad que genera el fútbol, solo se han centrado en la Selección.
Alguno que otro estudioso, con rumbo marxista, encuentra que en el apoyo a la Selección hay una forma de creación forzada de identidad. Sostiene –y yo discrepo–, que se trata de un sentimiento de pertenencia nacional, instaurado para el control estatal en el que se debe tener en consideración los intereses de las clases sociales dominadas y se le exige a la élite un sacrificio económico para mantener la dominación. Pero claro, como detrás de estos conceptos se busca revolucionar y justificar el cambio de las estructuras de un Estado, eso cae en el campo político, lo cual nos llevaría a otras disquisiciones.
En el caso del Barcelona de Guayaquil “astillero”, deben existir otras razones que lo sitúan como aglutinador no solamente social e interétnico, sino interregional y eso es lo importante. A diferencia de la Selección, el sentimiento de respaldo opera 12 meses al año y casi siempre de generación en generación. Con una magnitud desconocida, incluso por los políticos que –aprovechando la coyuntura– hoy se han volcado a felicitar a los hinchas de Barcelona. Imagino que alguno se sentirá tentado a cambiar la camiseta, como es su costumbre, para ganar simpatías.
No pretendo sostener que Barcelona gravita decididamente en la identidad nacional, pero sí invito a meditar que como fenómeno social, trascendió desde su inicio al quebrar los límites de lo social; y, en los últimos años, superó la barrera territorial. Como cosa extraordinaria y sorprendente, los triunfos y reveses del Ídolo, están en la piel y en el corazón de la población mayoritaria y eso indudablemente construye una forma de identidad.
El Club nació por “la alianza del inmigrante catalán con el trabajador del puerto …y de extracción popular”, tal como anotó Fernando Carrión, investigador de la Flacso (El fútbol como práctica de identificación colectiva”), pero ahora identifica a la mayoría del país y es su símbolo. ¿Cómo aprovechar este fenómeno en la línea de construir la identidad nacional?
Es que Barcelona es un fenómeno social no observado en otras latitudes. Usualmente los equipos de fútbol tienen sus seguidores en las ciudades o barrios en los que se fundaron esos clubes.
Para muchos ecuatorianos, Barcelona es algo más que un equipo de fútbol. Varias emisoras de radio informaron que algunos emigrantes vendrán al país solo para estar en el encuentro de este domingo y el lunes retornarán a tierras lejanas. Ese gran esfuerzo económico, ese gran sacrificio y exclusivo propósito, deben tener otra explicación, que los estudiosos deben concretar.
En mi modesta opinión, Barcelona no representa la misma situación de la selección ecuatoriana de fútbol. Además, pienso que los estudios antropológicos que se han desarrollado en el país, sobre la identidad que genera el fútbol, solo se han centrado en la Selección.
Alguno que otro estudioso, con rumbo marxista, encuentra que en el apoyo a la Selección hay una forma de creación forzada de identidad. Sostiene –y yo discrepo–, que se trata de un sentimiento de pertenencia nacional, instaurado para el control estatal en el que se debe tener en consideración los intereses de las clases sociales dominadas y se le exige a la élite un sacrificio económico para mantener la dominación. Pero claro, como detrás de estos conceptos se busca revolucionar y justificar el cambio de las estructuras de un Estado, eso cae en el campo político, lo cual nos llevaría a otras disquisiciones.
En el caso del Barcelona de Guayaquil “astillero”, deben existir otras razones que lo sitúan como aglutinador no solamente social e interétnico, sino interregional y eso es lo importante. A diferencia de la Selección, el sentimiento de respaldo opera 12 meses al año y casi siempre de generación en generación. Con una magnitud desconocida, incluso por los políticos que –aprovechando la coyuntura– hoy se han volcado a felicitar a los hinchas de Barcelona. Imagino que alguno se sentirá tentado a cambiar la camiseta, como es su costumbre, para ganar simpatías.
No pretendo sostener que Barcelona gravita decididamente en la identidad nacional, pero sí invito a meditar que como fenómeno social, trascendió desde su inicio al quebrar los límites de lo social; y, en los últimos años, superó la barrera territorial. Como cosa extraordinaria y sorprendente, los triunfos y reveses del Ídolo, están en la piel y en el corazón de la población mayoritaria y eso indudablemente construye una forma de identidad.
El Club nació por “la alianza del inmigrante catalán con el trabajador del puerto …y de extracción popular”, tal como anotó Fernando Carrión, investigador de la Flacso (El fútbol como práctica de identificación colectiva”), pero ahora identifica a la mayoría del país y es su símbolo. ¿Cómo aprovechar este fenómeno en la línea de construir la identidad nacional?
*Publicado originalmente en el diario El Universo del viernes 30 de noviembre del 2012.
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