Jorge G. Alvear Macías
La Nochebuena, con todo el significado que trae para los católicos, también impulsa a las familias y a los individuos a celebrar la Navidad, con niños felices, reunidos y con espíritu sereno. Una especial oportunidad para expresarnos afecto con alegría, aun cuando multitudes sentirán en su interior soledad, tristeza, angustia o nostalgia.
Habrá quienes, en medio del compromiso a sentirse alegres, sientan rabia o infortunio y quisieran evadirse de la celebración. Se dice que estas festividades, al mismo tiempo que movilizan emociones gratas, también precipitan emociones contradictorias. Que conllevan una expectativa y una realidad; de tal manera que si coinciden ambas, el positivismo se adueña del individuo, de lo contrario lo hará el desengaño. Por ejemplo, si una persona espera reunirse con otra y la reunión no ocurre, o no se concreta el ansiado regalo. La frustración originada por experiencias desagradables, conflictivas o dolorosas se alojará en los recuerdos inconscientes del año venidero. Y claro, llegado el evento, algunos disimulan, otros no y se declaran antifestivos y lo expresan inconscientemente.
En una sociedad con distintos caracteres, creencias y filosofías que marcan a las personas, no es extraño que la Navidad entusiasme, apasione y ahuyente por igual. La depresión puede invadirnos, por el recuerdo de los que ya no están con nosotros. LÉA MÁS:
*Publicado originalmente en el diario El Universo, el día viernes 23 de diciembre del 2016.
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