Jorge G. Alvear Macías
Ante las declaraciones insólitas y sorprendentes de envanecidos gobernantes, suele venir a mi mente la imagen del general Pinochet y su anecdótica frase que encabeza esta columna, refiriéndose a cómo llegó al poder.
Entre los dichos que se le atribuyen, algunos describen los rasgos de la personalidad de quien gobernó Chile con mano dura durante 17 años. Por ejemplo, buscando justificar su autoritarismo –algo similar han hecho otros gobernantes despóticos–, expresó: “Esta nunca ha sido dictadura, señores; esta es dictablanda. Pero si es necesario, vamos a tener que apretar la mano, porque tenemos que salvar primero el país y después miraremos hacia atrás (…), cuando los chilenos vean lo que es el comunismo, cuando los chilenos entiendan los engaños, ¡la falacia!, ¡cómo los están engañando!, van a darse cuenta de que este gobierno tiene razón”.
Pinochet había evidenciado su temperamento mientras estuvo en Ecuador (1965), cuando en un foro militar habría recomendado: “Ya no hay que pensar en la defensa, huevones, sino en atacar”.
En junio de 1989, cuando visitaba la construcción del Nuevo Congreso Nacional en Valparaíso, ante el rechazo a su presencia que expresaron numerosos obreros, muy fresco comentó: “(…) les tomo una fotografía, la vamos a ampliar y vamos a sacar a muchos…”.
Otras de sus locuciones aún retumban en los oídos de los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado que rigió en su gobierno: “¿A quiénes les debo pedir disculpas? Dicen que debo pedir perdón, ¿a los marxistas, comunistas? ¿De qué debo disculparme?” y “Algunos dicen que se les ha pasado la mano (a los servicios de seguridad), pero yo no lo creo así”.
Sus malas relaciones con la prensa independiente se evidenciaban en las entrevistas. En cierta ocasión, en respuesta a la pregunta incómoda formulada por una periodista, rezongó: “¿Por qué me pregunta cosas raras usted a mí?, siempre preguntan esas preguntas que pueden complicar a uno”. Esto, además de que el dictador tenía su posición machista frente al sexo femenino. En otra circunstancia había sentenciado: “A las mujeres no hay que creerles ni la verdad”.
Tan convencido estaba Pinochet del bien que les había hecho a los chilenos que ya fuera del poder vaticinó: “Con los años me van a estar pidiendo que vuelva el gobierno militar”.
Definitivamente, no aceptaba voces disidentes: “El diálogo es un juego que tienen los comunistas. A mí no me interesa”. Argumentó la necesidad de gobernar férreamente, así: “Entre asegurar los derechos de unos 10.000 disociados o garantizar los de diez millones, no tuvimos duda” y “Gracias a Dios, creo que tengo los pantalones amarrados con fierro”. Su desprecio a la vida de los opositores lo resumió de esta manera: “Dos mil no es nada (…)”, cuando comparó la cifra de desaparecidos con los 14 millones de habitantes de Chile en 1994.
Su cinismo y burla a la opinión pública eran tales que al preguntársele por qué usaba gafas, respondió: “La mentira se descubre por los ojos, yo muchas veces mentía (…)”. Y como si fuera poco, cuando le inquirieron si era el jefe directo de la DINA (policía secreta del régimen militar), alegó: “No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo”.
*Publicado originalmente en el Diario El Universo el día viernes 5 de septiembre del 2014
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