viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Dios los puso ahí también?

Jorge G. Alvear Macías

@jorgalve

Augusto Pinochet
Próximamente se cumplirán 41 años del asesinato del cantautor Víctor Jara, símbolo de la indefensión ciudadana en la dictadura de Pinochet, quien afirmara que Dios lo llevó al poder. Continúa la discusión si acaso el logrado desarrollo social, económico y tecnológico de Chile justifica el sacrificio de vidas, libertades y la violación de derechos humanos en dicha sociedad. Considerando que las bases para el éxito económico fueron sentadas durante ese gobierno, responsable de tales crímenes.
Muchos recordarán que en aquellos tiempos, en reuniones sociales se comentaba la necesidad de un Pinochet para que solucionara los problemas políticos, económicos y sociales de nuestro país. Entonces nada conocíamos de los asesinatos, torturas, desapariciones y violaciones de niñas y mujeres ejecutados por agentes del Estado chileno; y menos que hubiera víctimas ecuatorianas. Una información sin censura no habría permitido que “un Pinochet” estuviera entre nuestras opciones.

Hoy sabemos que Pinochet tuvo un particular concepto de democracia, comparable al de los Castro y otros gobernantes latinoamericanos autodenominados socialistas del siglo XXI. Aquel se describía democrático, pero a su manera y hasta aseveraba que en Chile regía el Estado de derecho. Decía: “Yo no amenazo, no acostumbro a amenazar. Solo advierto una vez. El día que me toquen a alguno de mis hombres se acabó el Estado de derecho”.

Patricio Aylwin, sucesor de Pinochet, opinó que este tenía varias caras. Sabía hacerse el simpático cuando quería. “… Era socarrón y diablito, jugaba para su propio lado”. Para Aylwin representaba, por una parte, orden, seguridad, respeto, autoridad. Y, por otra, una economía de mercado dirigida a obtener la prosperidad del país. Explicó que tales factores lo hicieron popular. “… Era un dictador, pero popular”. Por ello, (aun perdiendo) en el plebiscito de 1988 obtuvo el 44,01% de votos. Es de entender que muchos ignoraban los crímenes de lesa humanidad en su régimen, que posteriormente se revelaron.

Luego de su retiro del Ejército, Pinochet comentó que había reflexionado y concluido que era un hombre bueno: “… No tengo resentimientos, tengo bondad”. Aunque de la entrevista que Jon Lee Anderson le hizo en Londres se deduce que no vivía en paz. El periodista asegura que sus últimos años estuvieron cargados de humillación y “quizás ese fue su castigo”. Que al final resultó un viejo asustado frente a la posibilidad de ser juzgado por lo que había hecho y pretendió esquivar sus responsabilidades declarándose insano mental.

En su gobierno se estructuró un sistema de amenazas y represalias para obtener obediencia y colaboración ciudadana. Los especialistas identifican en ese sistema ciertos elementos del terrorismo de Estado. Aún se recuerda que dispuso la quema de miles de libros, discos, revistas y  propaganda considerada “subversiva”. Pero el miedo hizo que muchos voluntariamente destruyeran libros y documentos sin esperar dicha orden.

Para Pablo Ruiz-Tagle, constitucionalista chileno, los elementos funcionales del terrorismo de Estado subsisten en algunos gobiernos democráticos latinoamericanos. Tales son: a) una cierta organización ideológica con base en un dogma, tal como fue la “doctrina de seguridad nacional”; b) un equipo eficaz de propaganda; c) el cultivo de la propia imagen para compensar actos de crueldad; y, d) una disciplina interna que impide autocríticas.

¿A esos, Dios los puso ahí también?
*Publicado originalmente en el diario El Universo el viernes 12 de septiembre del 2014

No hay comentarios: