viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Hemos avanzado?

Jorge Alvear Macíasjorgalve@yahoo.com | 

Al cumplirse un año de los acontecimientos en el Regimiento Quito, que culminaron con el operativo militar-policial para evacuar al presidente del Hospital de la Policía, tal vez sea propicio efectuar una serena y profunda reflexión para extraer lecciones.

El repaso de lo que vimos en la televisión en aquel día jueves 30 de septiembre, es necesario. Fueron al menos 14 horas de intranquilidad y angustia. Empezaron como una protesta de miembros de las fuerzas del Ejército, Aviación y Policía, inconformes con el veto al proyecto de la Ley Orgánica del Servicio Público y tuvieron un cruento desenlace.

Hoy el recuerdo lacera a las familias de las víctimas y también afecta a la gran mayoría que percibimos la amenaza del desborde delincuencial, por la ausencia del resguardo policial durante esas horas de gran incertidumbre.

El presidente desde entonces ha reiterado su discurso en una reunión con periodistas internacionales a los pocos días del fatídico 30-S: “Se trató de motivar un descontento para sacar al presidente, pero en todo caso la intentona falló”.

Así, pese a que varios de sus ministros, inicialmente opinaron que lo que vivimos fue una rebelión policial y reportajes periodísticos documentados lo confirmaron, el discurso oficial se ha mantenido en que hubo una intentona de golpe de Estado, mientras el presidente estaba secuestrado en el Hospital de la Policía. A manera de letanía, se ha repetido con oídos sordos a las voces contrarias de nuevas evidencias.

Yo no voy a engrosar la discusión sobre la existencia o no de la “intentona”, gestada detrás de la Rebelión de la Policía, de la Fuerza Aérea y del Ejército. Tampoco insistiré sobre los argumentos que desarman la tesis del secuestro del presidente.

Mi interés es llamar a la reflexión sobre los resultados de un evento que no nos enorgullecen como ecuatorianos y nos presentan al mundo con una realidad inocultable: somos dos países en uno… y hasta tres. Pocas razones nos unen y los esfuerzos no son para incrementarlas sino para destruir las que tenemos.

Es así que sobredimensionar un acto –incivil por cierto– como la rebelión anotada, nos separa más y acrecienta la inestabilidad que experimentamos.

Después del 30-S muchos sugerimos al Gobierno organizar un plan para manejar la crisis y tomar las experiencias de especialistas, a fin de recobrar la normalidad y la paz.

Hasta ahora se ha hecho lo contrario, se han profundizado las controversias. Hay nuevos actores. Ninguna iniciativa de diálogo y no se han atendido las secuelas. La salida del conflicto está en manos de un solo individuo.

No se ha escuchado el consejo de informar con mensajes claros y precisos, que siempre transmitan la verdad. Se siguen negando los hechos y se especula. No se ha cuidado el tono del discurso ni la posición de los afectados. Siguen las acusaciones irracionales, desvanecidas por la percepción del público. La ciudadanía no recibe la señal de que se avanza hacia el restablecimiento de la normalidad. No se permite que todos expresen y escuchen las distintas opiniones.

Así no dejaremos de ser un aparente país de enemigos, ni construiremos una democracia sólida. Este día no es para celebrar.


*Publicado en el diario El Universo, el viernes 30 de septiembre del 2011.

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