viernes, 16 de enero de 2015

Estrategia del terror

Jorge G. Alvear Macías



En relación con mi última columna ‘Nefasta intolerancia’, un lector me comentó su repudio al ataque al semanario Charlie Hebdo, expresando al mismo tiempo que no se debió “insistir en provocar, ofender, insultar a pueblos enteros debido a sus creencias religiosas… más aún cuando sabemos que los musulmanes en particular son o tienen conceptos mucho más estrictos y celosos…”. Que las caricaturas de Charlie Hebdo también son una forma de violencia “…y el que engendra violencia, violencia recibe”. El lector estima que tales dibujos no se justifican ni se explican realizados en aras de la libertad de expresión.

Finalmente apuntó que las caricaturas en cuestión a unos nos podrían parecer graciosas, a otros de mal gusto (como a él y a mí) u ofensivas y, por tanto, hay que tener límites en lo que se escribe o dibuja. Entre sus reflexiones acotó: “si ya sabemos cómo son los musulmanes, si conocemos sus creencias que son muy rígidas y también sabemos que son capaces de matar si se amenazan sus creencias, por qué entonces hacerlo. Si sabes que el perro muerde, no te le acerques y peor no le tires piedras”.


En algún punto coinciden con ese apreciado lector, respetables opiniones vertidas en distintos medios nacionales y extranjeros, principalmente en que no están de acuerdo con los asesinatos de los caricaturistas franceses, pero a la vez estiman que aquellos provocaron la incivil respuesta, por ofender las creencias religiosas de los musulmanes.
Tal conclusión tendría variadas lecturas y no se limitarían únicamente a lo que tiene relación con ese credo, desde que otros, entre ellos el cristiano, también han sido afectados con las caricaturas. Una de esas lecturas revelaría que no toda la sociedad occidental –a diferencia del valiente pueblo francés– está convencida del valor de la libertad de expresión, de la tolerancia y de la opción judicial del mundo civilizado, para reclamar por las ofensas (actitud que revictimiza a los periodistas silenciados, como cuando se repudia la violación pero se culpa a la violada por usar ropa “sugestiva”). Otra lectura, es que el fanatismo islámico ya ganó su primera gran batalla: aterrorizar al mundo.

Si fuese lo segundo, los extremistas estarían aplicando la receta del libro El concepto coránico de la guerra del general pakistaní S. K. Malik. Según la exmusulmana de origen somalí Ayaan Hirsi Alí, feminista, escritora y política, ahí se explica que en la estrategia coránica, el centro del conflicto no está en un campo de batalla físico, sino en el alma humana. En las campañas militares del profeta Mahoma, la clave de la victoria fue golpear el alma del enemigo. Y ello se logra a través del terror.


Es preocupante entonces, que aún no estemos convencidos que los homicidios comentados –no solo de periodistas irreverentes, sino de policías (entre ellos un musulmán) y ciudadanos judíos en un supermercado–, en realidad no tenían conexión con las caricaturas ofensivas a Mahoma (que tampoco justificaban los crímenes), ni con proclamas de venganza en “honor” al profeta, sino con un plan elaborado alrededor de una ideología política (la de Al Qaeda). Mientras tanto, nos autocensuramos sin percatarnos; y, queremos sin decirlo, que la prensa no haga olas para no provocar a la bestia.


*Publicado originalmente en el diario El Universo el día viernes 16 de enero del 2015.



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