Jorge Alvear Macías
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¿Es fundamento del periodismo buscar la verdad y contarla? Que sí lo es, dice Ben Bradlee, el legendario editor del Washington Post, además célebre con la investigación del caso Watergate, que si bien no la realizó personalmente, convenció a Katharine Graham, la empresaria y propietaria del diario, para que apoyara la indagación de Bob Woodward y Carl Bernstein, reporteros que habían detectado actividades ilegales de la administración republicana del presidente Richard Nixon.
La historia, que luego fue llevada al cine, empezó con el arresto de unos individuos que espiaban al Comité Nacional del Partido Demócrata en el hotel Watergate en Washington. Posteriormente se descubrieron cintas magnetofónicas que incriminaron a Nixon como encubridor y lo condujeron a presentar su renuncia al cargo.
A Bradlee también se le recuerda por implantar en el diario estrictos controles, que según sus palabras eran necesarios: “para que la dudosa fuente de información no fuera un lugar común al que los periodistas se agarraran para simular sabiduría”.
Sin embargo, Bradlee sufrió un fiasco en 1982 cuando Janet Cooke, ganadora de un Pulitzer logró engañarlo con una historia falsa que publicó el diario en varias entregas, acerca de un niño heroinómano convertido en adicto por los concubinos de su madre, entre otros detalles truculentos.
Bradlee ahora confiesa que ese fue su más grande error profesional. Y claro que fue un grave error dirá conmigo algún amable lector, pues con la publicación se creó una falsa celebridad –lo que es nefasto para la comunidad que necesita de guías claras y no de falsos valores–, se afectó la credibilidad del diario, se desinformó a la opinión pública y dañó la confianza del lector.
El caso es que el Washington Post sigue siendo un diario que goza de robusto prestigio y de la confianza de sus lectores, pero gracias también a Bradlee, que con valentía, honestidad y claridad de principios, dispuso la publicación a gran espacio de la investigación interna del diario. Esa actitud sorprendió a los lectores pero logró su comprensión y lealtad.
El fenómeno ha sido explicado a la luz de la Sociología así: para la opinión pública es imprescindible conocer de las situaciones atentatorias contra sus legítimas aspiraciones de construir una sociedad más justa, mejor y ejercitar su capacidad de autocontrol de las deformaciones de la ética. Yo agregaría: no existe otro medio que sustituya al periodismo independiente, como mecanismo de salvaguarda ética y resultaría desproporcionado descartarlo, como prohibir la práctica de la medicina, por errores de ciertos médicos.
La ciudadanía tiene derecho a información sin sesgo, que la proteja oportunamente de las posibilidades de engaño, de los vendedores de sueños y por ende a conocer los vicios de los administradores de la cosa pública. De tal manera que cualquier acción encaminada a restringir ese derecho, es ilegítima desde cualquier ángulo de consideración de los derechos humanos. Sobre todo, porque el periodismo simplemente acelera los procesos de evidenciar los hechos, que tarde o temprano aparecerán a pesar de los esfuerzos para ocultarlos. Ya lo dijo Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
*Publicado previamente en el Diario El Universo, el día viernes 26 de junio del 2009