viernes, 20 de marzo de 2015

A la medida de Maduro y otros

Jorge G. Alvear Macías



El elegido secretario general de la OEA, Luis Almagro, ofreció ‘transformar’ el organismo para ponerlo “al servicio de todos los americanos”. Sin embargo, hay preocupación en el rol que desempeñará para encontrar la solución a la grave situación política y social que atormenta a los venezolanos inconformes con el gobierno de Maduro, envuelto en escándalos por temas de corrupción, violación de derechos humanos y crisis económica. No será sencillo. Primero deben disiparse las dudas sobre la independencia y el condicionamiento ideológico de Almagro, quien ha sido admirador del chavismo.
La elección de Almagro era esperada. Antes de la votación y entre risas, el embajador venezolano en la OEA, Roy Chaderton, lo llamó “señor secretario general”. Sí sorprendió el rechazo de varios países caribeños, apoyados por Canadá, a elegirlo por aclamación. Por ello se efectuó votación secreta, evidenciándose la desunión en el organismo.
Luis Almagro (der.), en 2013 junto a Maduro, en Museo de
la Revolución, donde reposan los restos de Hugo Chávez.
Sin duda, Almagro aseguró su elección con los países beneficiados por el petróleo venezolano y con sus simpatías ideológicas hacia el chavismo, compartidas con José Mujica, su mentor. En Uruguay hay quienes lo identifican como el “hijo político de Mujica”. Fue funcionario del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca y asesor del entonces ministro José (Pepe) Mujica (2005). Luego, en el cargo de canciller siguió fielmente el lineamiento de Mujica en el manejo de las relaciones internacionales, de acuerdo con la amistad y afinidad ideológica. Ello motivó su interpelación en el Senado, “por hacer lo que podía y no lo que quería”. Mujica respaldó a Maduro en medio del repudio internacional a los encarcelamientos de Leopoldo López y del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma.
Otro motivo de preocupación: el ‘convencimiento’ de Almagro de que la Unasur debe resolver el conflicto venezolano. Esa agrupación soslaya permanentemente los abusos de los gobiernos socialistas “siglo XXI”. A veces con la anuencia de gobiernos que respetan las libertades, el de Bachelet por ejemplo.
Es improbable que Almagro abandone su condicionamiento ideológico. En una entrevista que le hiciera Andrés Oppenheimer dejó entrever que no pedirá la liberación de Leopoldo López y de otros presos políticos venezolanos. Almagro no canalizará a la OEA el conflicto venezolano y sostendrá la mediación que hace la Unasur. Ciertamente, la mediación le ha servido a Maduro para ganar tiempo y para debilitar las protestas callejeras. No para afianzar la paz y la seguridad en Venezuela. 

No obstante su direccionamiento, en la labor pesará –y mucho– la voluntad de los estados contrarios al proyecto de reacomodar la OEA a conveniencia de los gobiernos de Venezuela, Cuba, Brasil, Nicaragua, Bolivia y Ecuador. Uruguay y Argentina parecen tener menos interés, dada la distinta visión de las relaciones internacionales de Tabaré Vázquez (respecto de Mujica) y la finalización del mandato de Cristina Fernández.
Definitivamente, el futuro de la OEA depende de los estados que han sido permisivos con los atropellos en Venezuela y otros países. Debe cambiar su inaceptable conducta, para neutralizar a Almagro, que se avizora como secretario a la medida de quienes facilitaron su elección. Maduro y sus coligados intentarán cooptar los órganos del Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Ecuador pretende llevar a Patricio Pazmiño –asiduo de Carondelet– a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

*Publicado originalmente en el Diario El Universo el día viernes 20 de marzo del 2015.

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