viernes, 26 de junio de 2015

Tufo de hipocresía

Jorge G. Alvear Macías


(Foto de diario El Universo)

Las multitudinarias protestas ciudadanas si bien han sido menospreciadas desde el oficialismo, hay quienes con oídos cercanos a Carondelet afirman que el temor por el descontento es muchísimo más del que se admite. Sin embargo, y espero equivocarme por el bien del país, sospecho que –quienes toman decisiones de autoridad o coadyuvan a tomarlas en esta fase muy complicada de la economía– no darán apertura al diálogo amplio, ni existirá la disposición a buscar alternativas a las concebidas por los tanques de pensamiento del régimen. En ese caso algo más debe pasar.

Me inquieta que los próximos a los oídos del presidente no se atrevan a proponer algo distinto a lo que él ya habría decidido y señalado como alternativa: la salida de Carondelet de quienes no estuvieren de acuerdo.

Me abruma que el presidente no dirija su mirada a lo que acontece en Brasil, un país con crisis económica, social y política, pese al poderío agrícola, industrial y comercial, del que carecemos. Ahí está la economista Dilma Rousseff: ha debido aceptar que el 10% de respaldo no le alcanza para gobernar con las mismas ínfulas y acciones de su primer periodo, cuando hubo despilfarro, corrupción y tráfico de influencias que incluso tocó a gobiernos amigos, incluido el nuestro (periódico Folha de Sao Paulo). Ella debe ajustarse a las condiciones fiscales, intentando no agredir más a los pobres y a la clase media, algo de imitar acá. Por ello su ministro de Finanzas recortó el gasto público. Además, y lo más importante, Dilma Rousseff no impide la investigación de corrupción en la estatal Petrobras, que llegaría hasta Luiz Inácio Lula. El expresidente está identificado como el cabildero Nº 1 de las empresas contratistas más importantes del Estado. Las investigaciones de la Policía Federal concluyen así.

En los actuales momentos, en nuestro país hay más de un indicio de que estamos en medio de una “guerra comunicacional” que utiliza la figura del papa para detener la protesta ciudadana que tiene más de una justificación para su inconformidad y para expresarla, debido al derroche, tozudez, inseguridad, narcotráfico y los enriquecimientos “espontáneos” de gente que llegó al poder con los bolsillos vacíos y hoy hasta abren las puertas de sus costosas casas a revistas especializadas, exhibiendo las piscinas interiores y múltiples salones.

No pretendo ser especialista en comunicación, pero la utilización política del mensaje espiritual del papa, en un contexto diferente al que él lo pronunció, además de manipuladora y sensiblemente irrespetuosa –con católicos y no católicos–, es inconveniente al régimen. Aún se recuerdan la posición oficial de defender el Estado laico y la mezquina decisión del director del IESS de entonces, Fernando Cordero, de expulsar a los capellanes de los hospitales del IESS. Me pregunto ¿si el papa hubiese venido en el 2013, se habría tomado esa decisión? ¿El padre Juan Monar continuaría como capellán del hospital Maldonado Carbo? ¿Aún estaría el padre Alberto Radaelli en el hospital Carlos Andrade Marín en Quito?

Además, después de que el Ministerio de Salud Pública ordenó el retiro de todas las imágenes religiosas de los hospitales públicos, usar al papa Francisco para ganar simpatías afecta a la credibilidad de la invitación al diálogo, tiene un tufo de hipocresía. (O)


*Publicado originalmente en el diario El Universo el día viernes 26 de junio del 2015. 

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