viernes, 21 de junio de 2013

Sin salida…

Jorge G. Alvear Macías


Así se muestra Julian Assange, luego de un año de permanencia en nuestra Embajada en Londres.
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Assange ha tenido un relativo éxito para aglutinar simpatías hacia la tesis de que él es víctima de una conspiración en la que Suecia es partícipe para llevarlo a Estados Unidos, torturarlo y aplicarle la pena de muerte. El apoyo a la causa de Assange, en algo se debe a que pocos medios se han enfocado en confirmar si el sistema de justicia sueco y las autoridades de ese país se prestarían para tan perversa manipulación.
A mí me resulta infundado el temor de Assange. Él llegó a Suecia en agosto del 2010, atraído precisamente por la excelente reputación sueca en materia de seguridad jurídica y bajo nivel de corrupción. Estuvo explorando la posibilidad de que WikiLeaks se establezca y opere en ese país, beneficiándose de la protección de las garantías constitucionales a la libertad de expresión. Por cierto, durante esa estadía se generaron las acusaciones por asalto sexual a dos mujeres. Assange abandonó Suecia antes de ser interrogado y luego se negó a volver. Por ello existe el proceso para extraditarlo, que dura casi tres años.
A medida que se revisa la información jurídica pertinente, brotan razones que harían casi imposible que Assange sea llevado a Estados Unidos para someterlo al juicio que teme. Suecia es parte del Convenio Europeo de Derechos Humanos, por tanto está impedida de entregar a Estados Unidos o a otro Estado a personas acusadas por delitos sancionados con pena de muerte. Especialmente, porque el Tratado de Extradición celebrado entre Suecia y Estados Unidos prohíbe extraditar personas sospechosas de delitos políticos o militares. De ahí que si fuese real la “acusación secreta remitida por un juez de Virginia para arrestarlo” –como afirma Assange–, no lograría que sea llevado ante esa Corte.
Mientras tanto, Assange vive en nuestra Embajada –según sus palabras– “como en una estación espacial”. Pero la incomodidad del huésped no debería preocuparnos, él espera quedarse cinco años.
Lo que sí nos concierne es la incomodidad diplomática que ha generado. Assange es “una piedra en el zapato”… Así lo habría calificado la embajadora Ana Albán, en un diálogo informal con Hugo Swire, funcionario de rango del Foreign Office. Aunque este le habría aclarado: “Ni es mi piedra ni es mi zapato”.
Estimo que para decidir sobre el asilo de Assange nuestra Cancillería no valoró debidamente la posición jurídica británica. Gran Bretaña está más vinculada a la Convención Europea de Derechos Humanos que a la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas.
En fin, no veo “salida diplomática” al asunto Assange. Existen insalvables aspectos jurídicos. Lo expresó recientemente el canciller Hague: “Cualquier resolución tendría que ser dentro de las leyes del Reino Unido”, declaración coherente con otra anterior: “Nuestra obligación legal es extraditarlo a Suecia”. En lenguaje llano: no habrá salvoconducto para que Assange viaje a Ecuador. Assange lo sabía y acaba de decir: “Estratégicamente, ha sido exactamente lo que yo esperaba”.
Mientras tanto, un opositor al gobierno boliviano, Roger Pinto, está confinado en la Embajada brasileña en La Paz. Asilado desde mayo del 2012 y Evo Morales no le concede el salvoconducto. Un cosa es con violín y otra quién lo toca.
*Publicado en el Diario El Universo el día viernes 21 de junio del 2013.

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